Por Francisco Ramos Aguirre
Las fuentes documentales, siempre nos tienen reservadas sorpresas históricas. Por ello se debe dejar un registro, no sólo para su divulgación sino también para su estudio más extenso por parte de investigadores, historiadores y cronistas. Mucha de la riqueza cultural y temas del pasado en Altamira, está por escribirse. Hoy compartimos breves comentarios, noticias o pequeños gajos de la riqueza altamirense.
La primera referencia se remonta a 1908, cuando un grupo de alumnos de Etnología pertenecientes al Museo Nacional de Historia, realizaron un viaje de estudios a Tampico y norte de Veracruz para conocer la cultura huasteca y el origen de sus pobladores. De acuerdo a los archivos de Orozco y Berra, encontraron que los asentamientos humanos del antiguo territorio que actualmente ocupa Altamira, era uno de los más antiguos en México.
En su informe, señalan que de acuerdo con la Custodia de Tampico de religiosos franciscanos, los orígenes de Altamira se remontan a 1530. Sin embargo, otros estudios aseguran que su fundación fue anterior a este año: “Créese que la raza huasteca, trajo su origen de las regiones del Norte, estableciendo su primera población en lo que hoy es Altamira, del Estado de Tamaulipas.” Agrega que más tarde se trasladaron a la margen izquierda de la Barra de Tampico, explorada por Juan de Grijalva.
A esta hipótesis existen otras, más actuales y eruditas desde el punto de vista académico. En ese paradisiaco lugar, los huastecos permanecieron muchos hasta el arribo de los españoles, cuando tuvieron que internarse en otros lugares, dejando como testimonio un canto de despedida:
Vi un hombre desconocido,
quien sabe de dónde viene,
¿Qué me dices corazón,
Tomaré yo mis cacles,
para no volver aquí?
Con todos los hijos míos,
voy a dejar esta tierra,
donde nadie me conozca,
ahí con duro trabajo,
comeremos algo todos.
Yo camino a mi jacal,
y me seguirán mis padres,
con esta pesada carga,
que no pueden llevar pronto,
porque les falta alimento.
Este es un duro tormento,
que me parte el corazón,
pero seguiremos juntos,
hasta llegar a un Poblado,
donde no haya gente mala.
Nuestro Dios está enojado,
la culpa no la sabemos,
y nos descarga su brazo,
y a gente extraña nos vende,
!Ah, que fiera tempestad¡
En mayo de 1749, el colonizador José de Escandón fundó una villa con ese nombre en honor de su amigo el Marqués de Altamira, bajo la advocación de Nuestra Señora de las Caldas.
En 1811, estuvo de tránsito en esta villa Mariano Abasolo y su esposa María Manuela Taboada, procedentes de Chihuahua con destino a la prisión en Cádiz, España, donde murió cinco años después. En 1828 Altamira recibió cambió su nomenclatura por Villerías un personaje insurgente durante la Guerra de Independencia. Ubicada a siete leguas de Tampico, asumió nuevamente su original nombre.
Como lo menciona José Tienda de Cuervo, inspector general de la Colonia del Nuevo Santander, desde la época virreinal la explotación ganadera extensiva y el comercio de sal, se convirtió en las principales fuentes de ingreso para los altamirenses. En tanto el rey español, decretó que la explotación de los vasos, fueran explotados por los vecinos de Tampico y los de Altamira, donde estaban ubicados los vasos, para que vivieran en armonía: “…y al tiempo de cosechar, compartir el fruto hermanablemente.” Este producto básico para la conservación de algunos alimentos, también se explotó en las riberas del Río Bravo, cerca de Reynosa.
En 1872 el periódico La Voz de México, publicó el hallazgo de veintitrés manantiales de petróleo: “…o betún, situados en un punto llamado Rincón del Chapopote en la orilla del Río Tamesín, jurisdicción de la Villa de Altamira verificado por los señores D. Francisco Lagranda, D. Mateo Salas y D. Julio Ravizé, la Secretaría de Gobierno mandó publicar con fecha 19 de abril último, este denuncio con término de noventa días…”
A principios de la década de los ochenta del siglo XIX, los caminos de Altamira fueron escenario de crímenes y asaltos por grupos de bandidos. A una de ellas pertenecían Rosalío Pérez y Porfirio Velázquez, quienes en agosto de ese año fueron perseguidos y muertos por Fernando Orta Jefe de los Rurales de Altamira y alcanzados en el Callejón de Priol, Jurisdicción de Antonio Rayón. En 1887, Altamira tenía siete haciendas y treinta y siete ranchos.
Más allá de estas historias que nos hablan de su prosapia y nobleza, desde su origen gracias a los recursos naturales, el destino de Altamira era convertirse en una de las principales ciudades de Tamaulipas. Cuánta no sería su riqueza que gracias a los acaudalados comerciantes altamirenses, se fundó Tampico. Desde los primeros años de su fundación, uno de sus mayores potenciales económicos ha sido la ganadería.
Para 1891, Altamira era uno de los lugares donde pasaba el Ferrocarril del Golfo. Tenía una estación de madera sin pintarse, un molino de viento para obtener agua y casas para los trabajadores de la línea ferroviaria. Vale decir que con el paso del ferrocarril, el comercio de la sal se favoreció, sobre todo por su traslado a la ciudad de Monterrey.
A principios del siglo XX apareció en Lomas del Real el “sedicioso” Higinio Tanguma, quien fue contratado por una de las empresas para el acarreo de la sal a Tampico. Al poco tiempo después, encabezó un movimiento armado en contra del gobierno de Porfirio Díaz y los hacendados de la región, enarbolando la bandera de Ricardo Flores Magón. Actualmente Lomas del Real es el sitio donde existe una gran producción de sal, gracias a su proximidad con las marismas provenientes del Golfo de México.