Por Francisco Ramos Aguirre
Magia, esoterismo, bujería, superstición y otros fenómenos inexplicables para los humanos, conforman un increíble legado antropológico, desconocido para la mayoría de los tamaulipecos. La existencia de chamanes y acontecimientos insólitos, se relaciona con actos primitivos. Desde tiempos remotos, la enfermedad y cualquier alteración física, se asociaba a malas vibras, maleficios, malora y maldiciones capaces de alterar la salud.
Durante la Colonia la blasfemia, brujería y sodomía, eran severamente sancionadas por la Santa Inquisición. Algunas prácticas, se extendieron al siglo XIX, adoptando un sentido verdaderamente asombroso. En agosto de 1888, apareció en El Cronista de Tampico, el asesinato de una bruja que exigía dinero a los pobladores a cambio de no matar niños, chupándoles la sangre por la nariz. Como parte de sus rituales intimidatorios, la vampiresa exhibía escobas, gatos negros, pintaba círculos y cruces en el suelo, vociferando palabras incomprensibles.
En 1919, por algún motivo el gobernador Bernardo Reyes, solicitó desde Monterrey referencias sobre una famosa curandera de Victoria. Para contrarrestar algunos males, la herbolaria, curanderismo espiritual, cartomancia, adivinaciones, prácticas vanas y supersticiosas para adivinar el futuro, continúan vigentes en muchas comunidades de Tamaulipas.
El Mal de Ojo.- Esta creencia, se relaciona con determinadas personas de mirada intensa, penetrante, capaz de alterar el estado de ánimo de las personas. De acuerdo a la nigromancia una sólo ojeada, perturba el espíritu del individuo. Sobre este maleficio, destacan infinidad de interpretaciones académicas y testimonios populares. Durante muchos años se pensó que los animales domésticos: gallinas, caballos, cabras y vacas, también estaban expuestos al mal de ojo.
Una de las maneras de prevenirlo, es tocando al niño en la cabeza o portar visible una semilla: “ojo de venado” sujetado en la muñeca y cuello del infante. Para ahuyentar el mal de ojo, en otros países utilizan talismanes, cruces, medallas, huesos, pedazos de coral, cuernecitos, etc… Cuando el amuleto falla, una curandera procede barrer al niño con un huevo. Las sanadoras de maleficios, poseen determinados poderes curativos y amplia experiencia para eliminar el mal agüero.
En 1823 el norteamericano Joel R. Poinsett, experimentó algo similar en un paraje de Santa Bárbara (Ocampo, Tamaulipas). Inocentemente, el extranjero acarició a un infante en presencia de su progenitora: “…le di a éste unas palmaditas en las mejillas y felicité a la mamá por la hermosura y aparente salud del bebé. Como poco después el niño empezó a llorar fuertemente y no se quería tranquilizar, la pobre mujer inmediatamente atribuyó su inquietud a haberlo tocado yo con la mano. Poniendo en el suelo al niño, me trajo una taza de agua, y con alguna vacilación me pidió, por la Virgen, que mojara mis dedos en la taza. Cuando lo hice, me pidió muy encarecidamente le dijera si era la mano con que había tocado el niño, y al asegurarle que sí, obligó a éste a tragar el agua. El crío, agitado por tanto gritar, pronto se durmió y la mujer quedó encantada por el éxito del medicamento.”
La Cura de la Rabia.- En 1885 se aplicó por primera ocasión la vacuna antirrábica, descubierta por Luis Pasteur. Históricamente, los síntomas y consecuencias de esta enfermedad, son verdaderamente terribles para el humano. Por tratarse de una enfermedad irreversible, su presunta curación se convirtió en un mito que degeneró en leyenda: ¿Cómo enfrentaban este mal los tamaulipecos de finales del siglo XIX? La respuesta la encontramos en el Diario La Patria de México (13 de agosto de 1889).
“En el Rancho del Charco Escondido, jurisdicción de Reynosa, fue mordido un joven vaquero por un perro que lo envenenó. El padre del joven lo encerró en la cocina, mientras acudía a llamar al médico; más cuando regresó cual no sería su sorpresa, al encontrar al que creía enfermo, sano y sin mal alguno. Se había curado instantáneamente comiendo ajos que vio colgados en la cocina, y que en el acceso de rabia se había puesto a morder.” La eficacia y prontitud del antídoto, fue sorprendente.
La Tos Ferina.- Durante cientos de años, esta enfermedad fue el azote de los niños. La carencia de vacunas y fármacos adecuados, llevaron a la tumba a miles de infantes causando dolor en sus padres y pánico en comunidades. Sobrevivir, era verdaderamente un milagro. Remedios y jarabes preparados en boticas, eran la mejor opción para tratarla. A mediados del siglo XIX, apareció el Pectoral de Cereza del Dr. Ayer para bronquitis, resfriados, mal de garganta, garrotillo, tisis y tos ferina.
El general Narno Dorbecker, narra cómo enfrentó esta enfermedad en sus cuatro hijos menores, atendidos en Victoria por los doctores Aurelio Collado y Damián Castillo. Agotados los recursos de la ciencia médica, los galenos le advirtieron que los niños morirían. Ante el fracaso profesional, una curandera entró en acción.
“Caso de ciencias ocultas: teníamos en casa como cocinera a Demetria Grimaldo, quien tenía una hermana espiritista, y antes que llegara el doctor Collado con el tratamiento, esa mujer de nombre Juana, sin haber estado en la casa ni conocernos, nos mandó decir con Demetria que, si queríamos salvar a los niños, que los bañáramos en agua tibia con mostaza y que les envolviéramos el tórax con tela de lana mojada en el mismo baño tibio. El niño Oscar, un día aflojó las articulaciones, palideció y su mamá pensó que se estaba muriendo. Fui a su lado y el dije que tuviera cuidado, que era un síncope, que estaba seguro, aunque sólo lo dije para levantarle su ánimo, pero el niño reaccionó y vivió.”
Hombres Víbora. – La experiencia de Madame Calderón de la Barca a finales de 1842 en Tampico, es verdaderamente asombrosa. En su diario de viaje describe la belleza natural del puerto y alrededores, y agrega un testimonio sobre reptiles venenosos: “Tanto aquí como en todo lo largo de la costa, la gente tiene costumbre de inocularse el veneno de la serpiente de cascabel, lo que los hace inmunes a la mordedura de… estos venenosos animales. A la persona que va a ser inoculada le pinchan con el diente de una serpiente, en la lengua, en ambos brazos y en varias partes del cuerpo, y se les introduce el veneno en las heridas. Sobreviene una erupción que dura por algunos días. Después, y para siempre, esta persona puede contender con las más ponzoñosas serpientes que acuden dóciles y encuentran un gran placer en domesticarlas. ¡Y la mordedura de estas personas, también es venenosa! Vi también como un negro (inoculado) curó a un niño blanco de una mordida que, mientras estaban peleando le dio un indio inoculado, y que era el más fuerte de los dos.”