POR FRANCISCO RAMOS AGUIRRE
Además de su afición a las peleas de gallos y juego de baraja, Antonio López de Santa Anna tenía fama de carismático y seductor de mujeres negras y mulatas. Sus atributos varoniles, ojos negros, piel suave y figura de galán con uniforme militar, cautivaron en 1839 a Madame Calderón de la Barca. Anteriormente el norteamericano Poinsett se había asombrado por su inteligencia: “expresivo y delgado, pero simétrico.” Otro retrato hablado corresponde al embajador estadounidense Mayer: “Frente ancha y lisa; ojos pequeños y brillantes que llamean cuando los anima la pasión; nariz recta y regular; tez oscura y cetrina; temperamento aparentemente bilioso. Cuando está en reposo, su boca es una expresión de dolor y angustia.” Su estatura rebasaba un metro ochenta centímetros.
Para los viajeros, políticos, diplomáticos, comerciantes y extranjeros, quienes habían leído su nombre en los periódicos, Santa Anna se convirtió en un ser atractivo. Muchos tuvieron el privilegio de conocerlo y acercarse a él, aunque no siempre salió bien librado de aquellos fugaces encuentros. El botánico suizo Henri Saussure lo describe en 1854 de manera poco favorable y discriminatoria: “Santa Anna es medio blanco, medio moreno y medio negro. He visto figuras perfectamente españolas ser tan negras, que un europeo se pregunta si se trata de un negro o de un blanco y aquí se supone que no hay mezcla de sangre.” (Chantal Cramaussel/Viajeros y Migrantes Franceses)
Consciente de estos atributos, en 1822 aquel metrosexual veracruzano de veintiocho años de edad, pretendió los amores de la sexagenaria doña María Nicolasa Iturbide Aramburu. El romance fue evitado por el emperador Agustín, hermano de aquella apasionada solterona que moriría en la ciudad de México en 1840. Durante el tiempo que vivió en casa de Quintana Roo en la Ciudad de México, Santa Anna, hizo otro intento por aspirar a la nobleza.
En caso de lograr su propósito, Santa Anna hubiera ingresado por la puerta grande a la cúpula de la aristocracia imperial con títulos nobiliarios y galones militares. A cambio de retirar sus cortejos hacia Nicolasa, Iturbide le obsequió el grado de General Brigadier y lo comisionó en Jalapa para atajar las revueltas de los inconformes en contra de la monarquía, en especial de Guadalupe Victoria. Como se refleja en el epistolario, el servilismo del jalapeño no tiene límites hacia quien ostentaba el poder.
Santa Anna no era ningún improvisado de asuntos militares y políticos. En 1810 a los dieciséis años ingresó como cadete en el Regimiento de Infantería del ejército de la Nueva España. En Veracruz fue subordinado del coronel José Joaquín de Arredondo, quien recibió la encomienda de trasladarse a la Provincia del Nuevo Santander a combatir a los insurgentes. El cadete Santa Anna lo acompañó en esta misión y asimiló rápidamente las artes de la guerra y represión del enemigo: fusilamientos, horca, cuchillo, autoritarismo y tortura no le fueron ajenos durante su incursión en tierras santanderinas. Participó en batallas en Altamira, Villa de Aguayo, Jaumave, Tula, Romeral y otras en Texas.
Acerca de los amoríos con cierta mujer tamaulipeca apodada La Morena de Altamira se menciona que, en 1823, al proclamarse el Plan de Casamata que motivó la caída del Imperio de Iturbide, el autonombrado jefe del Ejército Libertador se trasladó a Tampico. Durante su estancia en Altamira, se presentó la joven viuda María del Carmen Pérez Vera, para solicitar a nombre de las autoridades del Ayuntamiento y los comerciantes, su intervención para crear el puerto de Tampico en la margen derecha del Río Pánuco. De aprobarse el proyecto, favorecería a los comerciantes, tráfico de mercancías y establecimiento de una aduana.
Al ver a aquella mulata de fuego, el birriondo Santa Anna no desaprovechó la oportunidad para seducirla con propuestas nada decorosas a cambio del favor. La leyenda menciona que gracias a este episodio de intercambio amoroso y, como menciona el padre Carlos González Salas: “… de las irresistibles armas del sexo” el 7 de abril de 1823 el militar autorizó la repoblación y “…formación de un pueblo en el paraje nombrado Tampico El Viejo.”
En correspondencia, ese mismo año el ayuntamiento altamirense propuso a su Señoría que el nuevo centro poblacional se denominara Santa Anna de Tampico. El general se dejó querer y aprobó con modestia la propuesta. Mientras tanto La Morena se convirtió en leyenda y nombre de una calle de Tampico. Santa Anna regresó a ese puerto en 1829 para combatir la invasión española de Barradas. Ignoramos si las batallas y terribles aguaceros de agosto y septiembre, le permitieron otro encuentro la afortunada dama de quien se ignora su paradero.