Por Miguel Emmanuel Iracheta Reyes
El 5 de Julio de 2016 se vivió lo que todos, de una u otra manera esperábamos: La estrepitosa y definitiva derrota del PRI en las urnas. Y es que, entre la incompetencia de la actual administración federal, el despilfarro, el cinismo y la desfachatez de los exgobernadores priístas de Chihuahua, Veracruz y Quintana Roo, así como la desaprobación de ese entonces de Egidio Torre Cantú en Tamaulipas se encargaron de generar y perpetuar un mal humor ciudadano que resultaba insostenible.
Pero la cobertura mediática, ávida de héroes y repleta de villanos en su panorama político tenía predestinado exponer ante la urgida juventud mexicana a uno de sus contemporáneos para borrar de una buena vez de la memoria colectiva la fauna jurásica predominante en la escena legislativa y así, recobrar la esperanza en el actuar político de las nuevas generaciones.
Así pues, ante muchos el único “ganón” y artífice de semejante proeza era el panista Ricardo Anaya, que en pos de posicionarse para la carrera presidencial no dilató en asumir con toda propiedad el protagónico triunfo del PAN en las gubernaturas, tapizó en ese momento los medios electrónicos e impresos de todo el país y se posicionó en el pedestal de la carrera presidencial fue hasta que todos los partidos lo atacaron con su declaración 3 de 3 y con esto disminuyo su publicidad en medios. Pero, ¿fue Anaya un legítimo ganón?: un análisis de las estadísticas podría responder con un SÍ contundente, solo si se analiza en términos meramente electorales y numéricos, pero yendo más allá de lo evidente ¿se puede sentir ganador?, ¿se puede sentir ganador cuando desde el C.E.N de Acción Nacional traicionó sus principios en algunos estados para aliarse con un partido de ideología contraria y que proponen un “proyecto de nación” opuesto al suyo?, ¿qué hubieran pensado Gómez Morín, Clouthier o Luis H. Alvárez de la estrategia de Anaya en pos de la victoria electoral?
La convulsa y desmemoriada sociedad olvida rápidamente las “hazañas” y exige al héroe del momento nuevas aventuras; y es que el gran logro de Anaya (la victoria sobre el PRI) era tan previsible como final de telenovela que no causó un furor genuino entre los ciudadanos.
Veremos qué le depara el destino. La prueba de fuego de Ricardo Anaya será conciliar las aspiraciones presidenciales de Moreno Valle, Margarita Zavala e incluso la suya propia sin dinamitar la estructura interna del partido como lo hicieran en 2012 sus antecesores y perdieran todos los avances construidos, la inconformidad magisterial y la disolución de alianzas son los grandes retos que la militancia panista exigirá a Anaya.
Gano el PAN, pero…Ganó el abstencionismo, la apatía y el desprecio de una nueva generación de votantes hacia el tricolor y sus viejas fórmulas caducas carentes de rigidez y es que las nuevas generaciones aun no ven el beneficio “de las reformas”.