Por Raúl Hernández Moreno.
Hubo un tiempo atrás en que a los partidos se les identificaba por sus ideologías. A principios del siglo XX, existían el Partido Católico y el Partido Liberal. Uno era ultra conservador y otro ultra liberal.
Cuando surgió el Partido Nacional Revolucionario, fruto de la unión de más de 8 mil partidos políticos, lo que Plutarco Elías Calles buscaba era acabar con las luchas intestinas y de alguna manera apropiarse de la ideología de la Revolución, que la había, en el papel, pero la había.
En las décadas que van de los treintas a los cincuentas, ser miembro del Partido Comunista era sinónimo de valiente, de prestigio, era ser artista, ser intelectual, porque ahí estaban Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Frida Kahlo y después vendrían José Revueltas, Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Heberto Castillo.
En los treintas surgió el PAN y de inmediato se le identificó como un partido de derecha, un partido conservador, muy distinto al sinarquismo, con Salvador Abascal, y su ultra conservadorismo.
Después de 1988, con el primer proceso electoral en que se cuestionó el triunfo del PRI, todo cambió. El PAN, que hasta entonces había sido un partido decente, negoció un año después el Estado de Baja California, a cambio de legitimar a Carlos Salinas.
El Partido Comunista desapareció y la izquierda, desde la conservadora hasta la más radical, se fue al PRD, pero con el paso de los años le entraron a la negociación. Se acabó el idealismo.
Con las negociaciones, ya no importó ganar en las urnas. Lo que valía era ganar, a como fuese necesario. Tampoco importó gobernar bien, lo que importaba era ganar y garantizar el patrimonio familiar por las siguientes generaciones.
Hoy las ideologías no existen. El PRI desde 1982 se inclinó a una derecha moderaba que no le importó ceder triunfos a los demás partidos con tal de conservar el poder y que no lo molestaran. Y la ideología se perdió. Y lo mismo pasa en todos los partidos. Ya no importa ser de derecha, de izquierda, de centro, de un cristianismo social, ultra conservador, de una izquierda radical. Lo que se quiere es el poder y por eso vemos hoy alianzas que antes de 1988 hubieran sido imposibles como la de Morena y el PES o la del PAN y PRD.
Es más, por el perfil de sus dichos y sus acciones, a los candidatos hay que ubicarlos en partidos distintos a los que están. Andrés Manuel López Obrador debería de ser panista, pues es ultra conservador. De liberal no tiene nada, más bien es mocho, muy mocho y una lástima que mucha gente de izquierda y liberales puros, no se den cuenta de ello. Ricardo Anaya, por su liberalismo moderado se inclina más al PRD y a Meade hay que verlo en una derecha radical, más interesada en los logros macroeconómicos que en los micros. Qué importa que tengamos más de 50 millones de pobres si tenemos al hombre más rico del mundo. Eso vale más.
En pocas palabras, los candidatos actuales pueden estar en el partido que quieran, a fin de cuentas no les importan las ideologías sino ganar el poder.
Las ideologías no deberían de ser un obstáculo para el desarrollo de un país y el bienestar de sus ciudadanos, si los partidos gobernaran bien, como en Estados Unidos o en los países europeos, pero el problema es que en México no lo hacen.