Por Raúl Hernández Moreno
Con la llegada de la izquierda al poder en México, renacen toda clase de esperanzas, entre ella, la que ahora sí se pueda reducir el costo de las campañas, para lo cual es necesario reducir también el costo de las elecciones.
Somos un país pobre, y pese a ello tenemos uno de los procesos electorales más caros del mundo, por encima de lo que se gasta en países del primer mundo.
Tan solo este año el INE está ejerciendo un presupuesto de 24 mil 25 millones de pesos, de los que 6,788 se entregaron a los partidos. A esto hay que sumarle 3,800 del Tribunal Federal Electoral, 161 millones de la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Electorales (FEPADE), más lo que se gasta cada uno de los 32 organismos locales electorales.
El IETAM este año ejerce 537 millones, de los que 176 son para los partidos. Y échele cuentas de lo que gastan otros organismos estatales: El del Estado de México, 2,739 millones; el de la Ciudad de México, 2,020; el de Chihuahua, 518; el de Nuevo León, 844; el de San Luis Potosí, 340; el de Coahuila, 374; el de Guerrero, 588; el de Yucatán, 333; En Sonora, 464; en Sinaloa, 309; en Chiapas, 622; en Nayarit, 166; en Hidalgo, 359; en Puebla, 847; en Zacatecas, 192; en Durango, 271; Baja California Norte, 134; Campeche, 207.
Y a todo lo demás hay que añadir lo que se gastan los propios candidatos, que es mucho más que lo autorizado por el INE, pero de lo cual no hay un registro exacto, porque si bien es cierto el INE los fiscaliza, la realidad es que hasta ahora esto es muy relativo.
Es cierto que hay topes a los gastos de campaña, pero los partidos grandes suelen revesarlos y los pequeños, sencillamente carecen de recursos para gastarlos.
Con todo lo que se esté año se están gastando el INE y el TRIFE y la FEPADE suma más de 28 mil millones de pesos y si en la elección reciente votaron 55 millones de ciudadanos, esto nos da un cálculo preliminar de 514 pesos el voto.
Las elecciones en México son caras por la desconfianza de los ciudadanos. Se desconfía de todos: de los partidos, de los candidatos, de las autoridades electorales, de los ganadores. Somos un país de incrédulos. Y eso que de 1990 a la fecha, hemos ido avanzando en el tema electoral, pero lo hacemos a cuenta gotas, por la desconfianza.
Una exigencia ciudadana es que se elimine los subsidios a los partidos y que estos y sus candidatos gasten lo que su bolsillo les permita. Es, por supuesto, una propuesta que los partidos rebaten con toda clase de argumentos, entre ellos, que esto permitiría que dinero sucio se invierta en las campañas, como si fuese una posibilidad lejana.
Algo podrá hacer la izquierda para reducir el costo de los procesos electorales y que se deje de gastar carretadas de dinero en un país donde abundan los pobres y a los que se insiste en ver como clientela electoral y ofrecerles asistencialismo, cuando lo que requieren es mecanismos que los ayuden a salir la pobreza, pero mediante la educación y el trabajo, no con dádivas.