
Por Raúl Hernández Moreno
Jaime Rodríguez confirmó por qué lo apodan El Bronco, al proponer amputarle las manos al que robe, en cadena nacional, ante varios millones de televidentes, incluidos 3 millones que siguieron el debate presidencial a través de las redes sociales.
Esta barbaridad ha hecho que desde la noche misma del domingo por las redes sociales circulen una gran cantidad de memes que hacen mención a la desafortunada frase, y que sin embargo por el momento posiciona a El Bronco ante los electores.
De este primer debate cada quién puede decir lo que quiere, lo que le conviene, lo que le gusta. Por eso al terminar el debate los tres principales candidatos salieron a decir que habían ganado, como si con eso ya hubiesen cambiado la intención del voto de los mexicanos.
La semana pasada, el periódico Reforma dio a conocer que según una encuesta propia, AMLO tenía 48 puntos, contra 26 de Anaya y 18 de Meade. Con esa aplastante ventaja suena imposible que los dos últimos logren alcanzar al puntero.
Quizá por eso a Ricardo Anaya lo traicionó el subconsciente cuando dijo que la coalición que él representa es la única que le puede ganar a AMLO. O sea que reconoce que López Obrador está arriba de las preferencias ciudadanas.
En el debate pudimos ver que tanto Anaya como Meade insisten en enfocarse en atacar a López Obrador en vez de desmenuzar cada una de las propuestas con las que dicen querer cambiar a México.
Con todo y que Meade se ostenta como un genio, hasta ahora no nos ha dicho como va hacerle para concretar sus propuestas. No basta con sus buenas intenciones, porque estas las tienen todos. Sería una tontería que alguno de los candidatos nos dijera que quiere ser Presidente porque quiere hacerse inmensamente rico y quiere asegurar el patrimonio familiar por los siguientes 200 años.
Mejor es decir que quiere ayudar al pueblo. Es lo que escuchamos cada 6 años, cada 3 años, a lo largo y ancho del país y todo el tiempo. Es lo políticamente correcto.
Faltan dos debates más, pero si en ambos se repite la misma historia del domingo 22, poco van a influir en el ánimo de los electores.
En el 1994, Diego Fernández ganó el debate presidencial, pero no la elección. Pudo haberla ganado, pero en las tres últimas semanas se desapareció de los escenarios, le bajo a su campaña y con eso contribuyó a la leyenda de que se vendió al sistema.
Ahora no se vio que alguien ganara el debate del domingo 23 de una manera tan contundente como lo hizo Diego en 1994. Más bien, las auto-victorias que se adjudican los candidatos se antojan de papel, mediáticas y el tiempo dirá si no quedan en triunfos pírricos.
Todavía restan poco más de dos meses de campaña. Mal haría si alguno de los candidatos presidenciales le baja al ritmo, convencido de que como ya ganó el debate del domingo, puede dedicarse a descansar. No queda más que a darle. A seguir en la talacha, a seguir ganando adeptos.