
Raúl Hernández Moreno
Jaime Emilio Gutiérrez, Enrique Álvarez del Castillo y Javier Lozano, tienen en común que los tres han dicho que quieren dirigir al PRI.
Y es extraño y sorprendente, que quieran dirigir al PRI en los tiempos actuales en que el PRI esta maltrecho, deteriorado, apaleado, desprestigiado, dividido, con pocas esperanzas de recuperar el brillo que alguna vez tuvo.
Es cierto que para cientos y miles de militantes priistas, dirigir a su partido es un sueño, pero eso era antes de perder la alcaldía, de perder la gubernatura, cuando el partido y el gobierno eran lo mismo y se tenía acceso casi ilimitado al presupuesto gubernamental. Eran tiempos de vacas gordas, cuando ser dirigente del PRI municipal representaba tener un sueldo equivalente a unos 8 mil dólares mensuales. Con el paso del tiempo, esos sueldos se han ido ajustando, hasta 4 mil. Hoy son más modestos, porque la caja de las galletas se la quedó el PAN.
En el pasado, en los tiempos de la hegemonía priista, ser dirigente del partido, permitía que además de ejercer poder, obtener ganancias extras usando ese poder.
En años recientes, hubo quien pago al líder priista la suma de 500 mil pesos a cambio de convertir en regidora a su amor secreto. La mujer ya estaba palomeada, pero a última hora, por razones de género, se informó al comprador que había necesidad de proponer un caballero para conservar la posición, pero no acepto, exigió devuelta su dinero y nada le regresaron.
Hoy, con 4 elecciones seguidas perdidas — las del 2012, 2013, 2015 y 2016– vender posiciones en la elección del 2018, será asunto casi imposible.
Pero además, como la militancia se acostumbro a que el partido tenía acceso a los recursos públicos, abundan los que están convencidos de que a cambio de esa militancia, el partido les debe resolver sus problemas personales, que pueden ir desde que se les cubra una cuenta de 40 mil pesos de hospital, que los ayuden a excarcelar a un hijo preso por comerciar droga, que les otorguen materiales de construcción para reparar su casa, que les cubran una parte de la fiesta de quinceañera, que les paguen las colegiaturas de una universidad pública y un largo etcétera en el que todo cabe. Así no hay dinero que alcance.
Con todos los problemas que tendrán que enfrentar, con todo eso, todavía hay quienes quieren dirigir al PRI. Eso debiera ser aplaudible y sin embargo no lo es.
Y es que si se levantan opiniones entre la clase política sobre lo que piensan de Enrique Álvarez, de Jaime Emilio, de Javier Lozano y de cualquier otro prospecto, se escuchan más defectos que virtudes, más descalificaciones, que aprobaciones. Es el canibalismo, esa añeja practica que no se ha podido desterrar y que le es común a todos los partidos. Es parte de la idiosincrasia de los mexicanos.
Los priistas tendrán que esperar a que pasen las elecciones del Estado de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz para que el CEN se decida a publicar la convocatoria para la renovación del partido. Habrá que ver que se decide respecto a Nuevo Laredo, porque eso de que de pronto, luego de 88 años, se decida que los militantes ejerzan la democracia interna, suena poco probable.