Por Raúl Hernández Moreno
De un padrón de militantes de 6 millones 545 mil 923, el PRI pasó a un millón 159 mil 320. Con este millón 159 mil irá a su elección interna para escoger a su nuevo presidente nacional.
Desde que se autorizó la Ley General de Partidos Políticos, en 2015, los partidos están obligados a reportar al Instituto Nacional Electoral los nombres de sus afiliados. Este padrón se renueva de manera constante porque la ley faculta al ciudadano a cambiar de partido de la misma manera que se cambia de ropa interior y hasta con mayor celeridad, si así lo desea,
En teoría un ciudadano puede darse de alta en el PRD en la mañana, al mediodía se va al MC y por la noche al PRI. Basta con que su intención de afiliarse para ser aceptado.
El único partido que pone candados a los nuevos afiliados es el PAN. Ahí el ingreso no es en automático.
En el pasado, a los partidos les gustaba mucho la simulación. En el caso del PRI, sectores y organizaciones gustaban dar cifras sobre sus afiliados y al sumarlas todas, resulta que en la ciudad había más militantes priistas que ciudadanos.
Durante décadas nos acostumbramos a esa simulación, que se repetía en muchos otros campos. Al simular una fortaleza mayor a la real, pretendían obtener ventajas en su campo de acción.
Hace 40 años un periódico de la localidad imprimió trípticos para su propia promoción y aseguraba tener un tiraje de 70 mil ejemplares diarios, cuando en la ciudad las casas no pasaban de 45 mil.
Esta simulación se da mucho con el tema de las encuestas. Contrario al desprestigio que cargan, las encuestas profesionales son una herramienta necesaria para que los partidos conozcan casi con exactitud cómo andan sus candidatos.
Pero las encuestas son para consumo interno, no para difundirlas, porque pueden terminar abriéndoles los ojos a los adversarios, cuando el que las mandó hacer va arriba y quiere que todos lo sepan.
Total, si el partido va arriba, debe mantener la misma línea; y si va abajo, pues a redoblar esfuerzos.
Pero no se de confundir una encuesta seria, con 1,200 encuestados en el territorio, cubriendo todos los rangos, jóvenes, viejos, profesionistas, técnicos, amas de casa, de clase alta y obreros, etc., con un sondeo en el que se pregunta a 50 gentes afuera de un centro comercial y ni siquiera se les pregunta si tienen credencial de elector y van a votar.
Y claro en estos de las encuestas los candidatos opinan a conveniencia. Si la encuesta los favorece, es profesional; si los resultados son negativos, esta cuchareada.
El Presidente Andrés Manuel López Obrador estallaba de ira en el 2006 y 2012 cuando las encuestas lo señalaban abajo; en el 2018, festejaba cada encuesta que lo daba como favorito.
Falta seriedad, mucha seriedad, para que los políticos reconozcan cuando las preferencias ciudadanas no los favorecen.