Por Pegaso
Juan descubrió sus dotes de imitador una tarde lluviosa de octubre.
En la televisión HD de su recámara se transmitía un programa de variedades donde se presentaba el cantante de moda.
-¡Mjjjmm!-carraspeó.
-De su garganta salió primero una voz vacilante…, luego, empezó a cantar al compás de aquella música pegajosa, siguiendo las inflexiones de voz del artista.
Tan bien lo imitó que a partir de ese día se dedicó a pulir su estilo.
Pronto se le vio en reuniones de amigos donde le pedían que interpretara alguna canción, imitando a aquel divo.
Sus ejecuciones deleitaban a la concurrencia.
No es exagerar el decir que la voz era idéntica a la del cantante. Hasta en el más mínimo detalle se le parecía.
Era increíble que un ser humano pudiera imitar una voz como lo hacía Juan.
Empezó ganando cantidades modestas en los antros de su ciudad, pero pronto fue conocido por los productores de radio y televisión, quienes se interesaron en su extraordinario don.
Se hizo una figura nacional, mundial.
Pronto su fama superó a la del artista imitado. Surgieron los contratos millonarios y la riqueza llegó a su vida.
-¡Toc, toc!,-se escuchó en la puerta de su mansión.
El sirviente atendió el llamado e hizo pasar a un individuo que se identificó como abogado del cantante.
-Le hago notificación que mi cliente presentó una demanda ante la corte por plagio de voz -dijo el leguleyo.
-Bueno, contestó Juan. También es mi voz, así que no tengo más que decir. Nos vemos en el juzgado.
Y así fue.
Juan se presentó en el juzgado. Se sentó en el banquillo de los acusados muy seguro de salir airoso de aquella absurda acusación.
Pero no fue así.
El juez emitió el dictamen de culpabilidad y Juan recibió con incredulidad la notificación.
-¿Qué? ¿Me van a extirpar las cuerdas bucales?
Juan deambula ahora por las calles de la ciudad.
Con su instrumento colgado al cuello, ahora imita a la perfección a un famoso guitarrista.